Llegamos a una edad en que sentimos que ya no nos queda nada por
experimentar. Ni penas ni alegrías. Pero nos equivocamos en ambas. No
sabemos cuanta alegría o sufrimiento nos
depare el destino. Por eso, analizando las circunstancias que nos rodean pensamos:
¿somos felices como estamos, como vivimos o como somos? ¿Realmente hemos experimentado todo
lo que necesitamos para realizarnos como personas? ¿Nuestro corazón está lleno de qué?
¿De nosotros solamente? ¿O está algo vacío donde haya lugar para sentir y emocionarnos
con pensamientos de alegría pura, de serenidad, de espiritualidad?
Acercarnos
a lo infinito, a lo inescrutable, dejar que nuestro espíritu por una vez en la
vida, navegue por altitudes celestiales ¿es posible? Vaciarnos un poco del “yo”
es tan posible como necesario. Dejemos todos los días, al menos 15 minutos de las
24 horas del día, para nosotros únicamente. Olvidarnos de todo y de todos, vaciarnos y
llenar el espíritu de paz, elevar una plegaria en acción de gracias por lo que
tenemos, por lo que hemos vivido y por los sufrimientos de los que nos hemos librado.
¿Qué sabemos nosotros de eso? Después de esta reflexión, nos sentiremos tranquilos,
relajados y serenos. Saquemos un poco de todo lo inservible que llevamos dentro
del alma, de las preocupaciones, del temor, de la angustia y comuniquémonos más
con el otro lado: el espiritual. Agradecer lo que tenemos, lo que somos, lo que
hemos logrado, porque todo nos ha sido dado. Hagamos un “campito” para el “tú”.
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