sábado, 10 de septiembre de 2011

Juventud y Matrimonio

Hay veces que tenemos tantos problemas con nuestra pareja, que pensamos que lo mejor es vivir solos, pero cuando viene la reconciliación, se nos olvida completamente este pensamiento. Y la vida de la pareja es así: con altibajos constantes. A veces la mujer está por demás irascible, molesta por cosas tan pequeñas que más parece una niña necia que una mujer madura. Y es que la madurez no tiene edad. Se puede ser un adulto de 40 y tener una madurez de 8 años o viceversa. O tener 22 años y parecer un adulto de 40 ó 50 años. Y es que las personas para ser “centradas” tienen que tener buen juicio, ser imparciales, tolerantes, de mente abierta para aceptarnos tal cual somos o aceptar ideas diferentes a las nuestras. De manera que, al casarnos, pocas veces tomamos en cuenta si nuestro futuro cónyuge piensa como nosotros, si tiene la misma religión, si es avaro, si es violento y muchas otras cosas que deberíamos haber tomado en cuenta. Pensamos: cuando nos casemos se le quitará o, yo haré que cambie y grave error: genio y figura hasta la sepultura.  Nunca sabemos si esa edad para casarse era la adecuada o si estábamos maduros suficientemente.                                                                
Los que son violentos o infieles o tomadores, pocas veces cambian. Sabemos que no es una regla establecida. De hecho, existen casos excepcionales. Personas que han cambiado. Sin duda, el amor los ha cambiado. O el sufrimiento, el cual también puede hacer cambiar a las personas. ¿Se han fijado que cuando estamos enfermos nos portamos muy bien? ¡Claro! ¿Quién puede portarse violento? Si estamos indefensos o, al menos, así nos sentimos. Quizá debamos pedir al cielo enfermarnos más seguido. Muchas cosas pudimos haber evitado, errores por supuesto, si nos hubiéramos fijado mejor pero recordemos: el “hubiera” no existe. También durante ese tiempo pensamos: si me voy a casar con él  o con ella, no con su familia, ¡error! también entra allí su familia. Ahora lo sabemos. Pensamos con el corazón no con la cabeza. Por todo esto, debemos aconsejar a nuestros hijos. Aunque en ocasiones es inútil. El amor es ciego y sordo y más cuando somos jóvenes. No escuchamos y ponemos oídos sordos a todos los consejos. Lo ideal es que al casarse, no vivan con sus padres sino aparte, para que empiecen a madurar como pareja. Y no tomar decisiones por ellos. Dejarlos que cometan sus propios errores a gusto. Nada de entrometerse, aunque nos duela. Es mejor como padres, no enterarnos de sus problemas emocionales, porque ellos se reconcilian pronto y nosotros no perdonaremos pronto.  Tampoco debemos acostumbrarlos a depender económicamente de nosotros. Así nunca madurarán. Apoyarlos en lo que se pueda sin entrometerse demasiado. ¡Que sean felices a su manera! Confiemos que formarán una buena familia con nuestra bendición.
 

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