Los que son violentos o infieles o tomadores, pocas veces cambian. Sabemos que no es una regla establecida. De hecho, existen casos excepcionales. Personas que han cambiado. Sin duda, el amor los ha cambiado. O el sufrimiento, el cual también puede hacer cambiar a las personas. ¿Se han fijado que cuando estamos enfermos nos portamos muy bien? ¡Claro! ¿Quién puede portarse violento? Si estamos indefensos o, al menos, así nos sentimos. Quizá debamos pedir al cielo enfermarnos más seguido. Muchas cosas pudimos haber evitado, errores por supuesto, si nos hubiéramos fijado mejor pero recordemos: el “hubiera” no existe. También durante ese tiempo pensamos: si me voy a casar con él o con ella, no con su familia, ¡error! también entra allí su familia. Ahora lo sabemos. Pensamos con el corazón no con la cabeza. Por todo esto, debemos aconsejar a nuestros hijos. Aunque en ocasiones es inútil. El amor es ciego y sordo y más cuando somos jóvenes. No escuchamos y ponemos oídos sordos a todos los consejos. Lo ideal es que al casarse, no vivan con sus padres sino aparte, para que empiecen a madurar como pareja. Y no tomar decisiones por ellos. Dejarlos que cometan sus propios errores a gusto. Nada de entrometerse, aunque nos duela. Es mejor como padres, no enterarnos de sus problemas emocionales, porque ellos se reconcilian pronto y nosotros no perdonaremos pronto. Tampoco debemos acostumbrarlos a depender económicamente de nosotros. Así nunca madurarán. Apoyarlos en lo que se pueda sin entrometerse demasiado. ¡Que sean felices a su manera! Confiemos que formarán una buena familia con nuestra bendición.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Juventud y Matrimonio
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