Hay
veces que la angustia nos arrastra como un caballo desbocado. Cuando ni las
palabras consoladoras o el abrazo amigo nos mueven. Tal parece que traemos un
huracán dentro; o como si un volcán interno fuese a explotar. Nos rodean las
tinieblas, nos sentimos solos y desesperados; todas las puertas al parecer,
están cerradas; no hay salida. Pareciera que es el fin del mundo, de “nuestro”
mundo. El sufrimiento psicológico es tremendo y hasta parece que dejamos de
vivir el presente.
La
angustia, la desesperación, la tristeza, la soledad, el sufrimiento, son parte
de nuestra vida, al igual que la muerte lo es. Pero lo mejor de todo esto, es
darnos cuenta de nuestras limitaciones y aceptar nuestra impotencia. Salir
adelante y luego, ver hacia atrás esos momentos tan depresivos. Pero….¿cómo?
Cuando nos aferramos a las cosas, a las personas, al poder, al placer, al
momento mismo de tener, es cuando perdemos la visión real de las cosas y su
dimensión. Cuando soltamos todo aquello y lo dejamos ir, es cuando empezamos a
crecer. Recuerdo que en algún momento de estos tiempos de la inflación
económica, hubo una persona millonaria que se suicidó porque de los 80 millones
que tenía, había perdido casi la mitad y eso no lo pudo soportar. Seguramente se
llevó la otra mitad al “más allá”.
¿Qué
no sufriremos más? A nadie le gusta sufrir. Pero esto es también parte del
equipaje que trajimos al nacer. “Dejar hacer, dejar pasar” es la brújula que
nos debe orientar. Nadie debe suplantar el lugar que le toca al otro. Si nos
tocó la de malas, ni modo, no todo será malo para siempre. Total, nacimos sin
nada, sin nada moriremos. Disfrutemos el momento de salud, de bienestar, de
afecto de que gozamos en este momento. ¿Por qué imaginarse cosas que todavía no
son? Valoremos el presente y soltemos amarras.
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