Cuando
se habla del pasado en nuestras vidas, hay veces que pensamos que en ese tiempo
las cosas eran mejores que ahora. Quizá porque cuando éramos niños o
adolescentes no teníamos la responsabilidad de una familia, de conducirla, de
educarla, de alimentarla; eran nuestros padres los que finalmente tenían ese
deber y no sentíamos la carga tan pesada como ahora que somos adultos. Si
comparamos nuestro bienestar económico quizás ahora estemos mejor que antes. Los
que tuvimos la fortuna de sentar bien nuestras bases económicas, ya sea que
recibamos algún cheque de jubilados o tengamos alguna propiedad de renta, en
fin, vemos en retrospectiva que nuestro pasado estuvo bien. Otros quizá no la
estén pasando tan bien, si es que llegaron a este siglo.
Sin
embargo, las preocupaciones por los hijos casados, solteros o divorciados nos
persiguen. Sabemos que si nuestros hijos están bien, nosotros también lo
estamos; si están enfermos o sufren por cualquier motivo, nosotros estamos mal.
Quizá tantas experiencias vividas a través de nuestro matrimonio nos ayude a
aconsejar a los nuestros. Con todo, cuando un hijo se separa o se divorcia, nos
inquietamos porque es algo que no hubiéramos querido. Sentimos que el hijo o la
hija casados deberían aguantar más como nosotros lo hicimos. Pero, ni es
nuestra vida, ni es nuestro matrimonio. La verdad es que la mayoría de las
veces las parejas se unen con mucha inmadurez queriendo crecer a la par con su
respectiva pareja, pero cada cabeza es un mundo y cada quien madura según su
propia manera de vivir.
Antiguamente
el divorcio era un acto nocivo, un pecado gravísimo y las mujeres se aguantaban
todos los golpes y maltratos del marido, o la infidelidad de éste o su
alcoholismo o cualquier otro motivo suficiente para solicitar el divorcio. Ha
habido desde entonces muchas heroínas encubiertas por el tiempo y el olvido. Es
bueno reconocer que no todo pasado fue mejor. Que si somos personas maduras y
aptas para seguir solo o sola, adelante. Es suficiente el sufrimiento vivido al
lado de una persona que no nos ama, que no nos apoya, que no nos acepta como
somos. No somos la mamá o el papá de ese alguien que es nuestra pareja, ni
somos los maestros para educarlos y enseñarles los deberes propios de un hogar.
El amor es el que debe prevalecer, nada más. Y el amor no es condicionado, no
es avaro, no es solo sexo, no es intercambiable. El amor es íntegro y generoso.
El amor es perfecto.
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