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Hay momentos en la vida que a
veces no quisiéramos que pasaran: el día que nació nuestro primer hijo, el día
que nos enamoramos, el día que terminamos nuestra carrera profesional, el día
que recibimos nuestro primer sueldo en fin, esos días tan hermosos que quedarán
grabados en nuestra memoria para siempre. Pero si algunas veces fuimos felices,
también recordamos días nublados en que nuestra alegría se esfumó y estuvimos
deprimidos o tristes por motivo de la muerte de algún ser querido, la despedida
de aquel lugar donde vivíamos y la circunstancia de tener que emigrar a otra ciudad
por motivos de trabajo u otra causa; el rompimiento con aquella persona a la
que amábamos tanto; la traición de aquel que decía que era nuestro amigo; el
robo de nuestro patrimonio que con tanto esfuerzo habíamos adquirido…… cosas y
hechos que nos lastimaron profundamente y que también recodaremos sin querer.
Sin embargo, siempre debemos
tener presente que somos temporales, que no somos eternos y que el tiempo es el
mejor tesoro que poseemos. Como el reloj avanza sin cesar segundo a segundo,
así nuestra vida no se detiene ni una milésima de tiempo. Todo avanza, todo
sigue su curso. Si una persona se tropieza y se cae al suelo ¿sería posible que
permaneciera allí tirada un mes? Y si va con alguien ¿sería posible que también
ese alguien se quedara allí con esa persona esos 30 días? Imposible, pensarán y
con justa razón. Nadie en su sano juicio lo haría. Así es la vida. A pesar de
todos los sinsabores, fracasos, golpes, traiciones, pérdidas físicas o morales
no podemos quedarnos tirados en el camino de la vida. Debemos seguir adelante. Con
todos nuestros dolores, penas, angustias o estrés que tengamos, debemos
levantarnos del mar de tristeza que nos circunda y calmar nuestras ansiedades,
para hacerle frente a la vida, esta vida que nos está esperando para sentirla y
vivirla segundo tras segundo. Si alguien a nuestro lado está sufriendo por
cualquier razón, animémoslo, compartamos con él su dolor y abramos nuestro
corazón para escucharlo y apoyarlo con nuestra solidaridad. El pasado es el
instante que acaba de irse, el viento se lo llevó. Lo que queda es la esperanza
de un futuro mejor y, la fe personal es el mejor instrumento para cosechar esa
esperanza. Que nuestras penas se las lleve el viento y llegue la paz a nuestros
corazones.