Recuerdo con melancolía
aquellos tiempos de estudiante; cuando realmente no sabe uno la posición tan
cómoda que es ser joven, sin obligaciones ni preocupaciones por la familia o
por gente que depende de uno. ¡Qué felicidad es la juventud y la niñez!!! Nada
de qué preocuparse sólo la tarea o estar al pendiente de si no se hacía tarde
para arreglarse y esperar al novio (que por cierto, ni dinero tenía)…..bueno
juntábamos nuestros ahorros y nos íbamos al cine; de lo contrario era dar una
vueltecita por la plaza.
En fin, no había mayores
problemas. Pero luego, el tiempo avanzó tan rápidamente que no me di cuenta que
ya era yo una señora casada y esperando a mi primer bebé. Olvidé para siempre
aquel comentario que les había hecho a mis amigas: “yo nunca me voy a casar”…..y
bueno, la verdad era que no me pasaba por la mente ese acto tan oficial, tan
frio, tan calculador…Pensaba yo (antes de casarme obviamente) que el casarse
era para personas muy valientes y con vocación de “mamás” y de “papás” y yo no tenía
esa vocación ni quería tener niños a quienes cuidar y mucho menos atender las
24 horas del día. Veía a mi mami, tan llena de amor por todos nosotros (éramos
5) que la admiraba, siempre trabajando. Descansaba cuando se enfermaba, si no,
no. Yo pensaba que la vida sería más fácil si no me casaba. Pero la vocación
maternal me llegó y el amor llenó mi persona. Así que, desde entonces, me
dediqué a cuidar casa, esposo e hijas. Es cierto que la vida no es fácil, pero
vale la pena vivirla, porque sólo se vive una vez. Bien o mal, rico o pobre….pero
siempre llena de amor por los míos.
Así es la vocación de cada
quien. Dichosos todos los que han aceptado con alegría SU vocación, cualquiera
que esta sea: casados, solteros, consagrados. Lo que sí estoy segura es que
cada uno de nosotros tiene su propia vocación y es, aquella que te hace feliz y
con la cual te sientes completamente realizado como persona.
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