Hace
poco me invitaron a un Curso de “Familias Unidas” que organiza la O.N.U. y
veíamos entre muchas otras cosas, los
vicios o defectos y las virtudes de las personas que integran una
familia. Cada asistente participó según sus experiencias y los encargados nos
dirigieron muy bien con su preparación tan adecuada. Veíamos cuánta falta hace
la conducción responsable de los adultos al frente de cada familia, sin contar
las familias disfuncionales, y cuántas pequeñas cosas se pueden aportar en
beneficio de construir una familia estable. Realmente muchas cosas sabemos pero
no las practicamos y, muchas otras ignoramos, pero no acudimos por ayuda, por
consejos necesarios, por pena, por ignorancia, por irresponsables.
Si
realmente supiéramos qué fácil es hacer que una familia sea ordenada, estable,
consciente y cariñosa, veríamos que nos falta mucho por hacer. Hay veces que
los adultos fuimos criados de manera violenta, humillante o prepotente; o, por
el contrario, fuimos criados por una familia muy permisiva. Los dos polos son negativos.
Y llegamos de tal manera a fundar una familia con esos mismos parámetros o, por
el contrario, nos vamos al extremo opuesto. Necesitamos abrir bien los ojos de
nuestra sensibilidad para sentir y comprender a cada miembro de nuestra
familia. Ver no sólo lo negativo o sus errores, sino también, sus aportaciones,
su disponibilidad, su necesidad. Ser
tolerantes con ellos y, aprender a respetar sus posturas, sus gustos, sus
inclinaciones, sus decisiones. Recordar siempre que dentro nuestro está un
corazón que es afín por herencia y, por lo tanto, fluye lo que nos une, lo que
nos identifica como familia. Somos y podemos con amor, por amor, comprender a
nuestros hijos, abrirnos al diálogo con ellos, ofrecerles nuestra apertura a la
tolerancia, sentar bases y reglas de conducta recordando siempre que ellos y
nosotros tenemos derechos y obligaciones pero que también nos unirá la alegría
y la tristeza, el rechazo o la aceptación, el triunfo o el fracaso. Y siempre,
siempre una u otra modalidad será compartida por el resto de la familia. Felicito
a todas aquellas familias que han sabido ser pilares sólidos para sus hijos.
Comprensión e incomprensión entre la pareja siempre habrá, pero el amor por los
hijos nos une. Es en aras de su felicidad que vale la pena trabajar juntos para
lograr la solidaridad y la fortaleza en cada familia del universo. ¡Trabajemos
por ello!
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