sábado, 3 de septiembre de 2016

LA POBREZA DE HOY


Escuchamos con frecuencia acerca de la pobreza extrema; de cómo muchos humanos mueren de hambre y sabemos que gracias a la injusticia social de los países y carencia de valores humanos de los mismos, es éste el triste resultado. ¿Cómo lo remediamos? Habría que remodelar todas las estructuras de nuestros Sistemas Económicos, Legales y Sociales. Una solución material para un problema material: satisfacer el hambre con alimentos suficientes. Pero……..¡hay otro tipo de pobreza aún mayor y quizá más dolorosa!

Así es: la carencia de salud, de amor, de comprensión, de aceptación, de tolerancia. Los abandonados, los discriminados, humillados, violentados, enfermos, encarcelados y deprimidos…. ¡esos SÍ que sufren! ¿Cómo contribuir en algo a remediar estos males que hacen infelices a cientos y miles de seres humanos? ¡Y viven entre nosotros! y, a veces…¡en nuestra propia familia! ¿Tenemos lo que ellos necesitan? ¡SI!!!!!! ¡Claro que lo tenemos! Busquemos en nuestro corazón, en nuestra conciencia, cuánta riqueza tenemos para empezar a distribuirla entre esos pobres y muy necesitados hermanos nuestros. Estamos llenos de amor, conscientes de que existe gente que está sola, que necesita que la escuchen; gente enferma y abandonada en los hospitales, en los asilos, en los Orfanatorios; en las cárceles, donde se hacinan la mayoría de gente muchas veces inocente o inculpada o castigada por ignorancia o por necesidad; gente deprimida por falta de fe, de fe para creer en un Dios que es todo amor pero  que sufre porque le falta escuchar las palabras de amor que Dios, a través de nosotros les envía.

Me acuerdo de aquel cuento de un hombre al que se le había inundado su casa. Se subió al tejado a esperar que lo salvaran. Su familia le pidió que salieran porque ya no había remedio, pero él no quiso irse. Vino una lancha con hombres para hacerlo, pero él no quiso subirse. Luego llegó un helicóptero pero se negó también. Finalmente aquel hombre murió ahogado. Al llegar al cielo, lo primero que hizo fue preguntarle a Dios por qué no lo había salvado. Y Dios le dijo: “Te envié a tu familia, luego una lancha y finalmente un helicóptero pero tú nunca quisiste”. Y él le contestó: “Es que esperaba que TU fueses a salvarme”. Muchas veces Dios nos envía ayuda pero no sabemos o no queremos aceptarla. Necesitamos saber ver.

Veamos si no somos nosotros los más necesitados y sufridos teniendo al alcance de nuestra mano el remedio y dejemos atrás nuestra pobreza emocional y espiritual.


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