Escuchamos
con frecuencia acerca de la pobreza extrema; de cómo muchos humanos mueren de
hambre y sabemos que gracias a la injusticia social de los países y carencia de
valores humanos de los mismos, es éste el triste resultado. ¿Cómo lo
remediamos? Habría que remodelar todas las estructuras de nuestros Sistemas
Económicos, Legales y Sociales. Una solución material para un problema
material: satisfacer el hambre con alimentos suficientes. Pero……..¡hay otro
tipo de pobreza aún mayor y quizá más dolorosa!
Así
es: la carencia de salud, de amor, de comprensión, de aceptación, de
tolerancia. Los abandonados, los discriminados, humillados, violentados,
enfermos, encarcelados y deprimidos…. ¡esos SÍ que sufren! ¿Cómo contribuir en
algo a remediar estos males que hacen infelices a cientos y miles de seres
humanos? ¡Y viven entre nosotros! y, a veces…¡en nuestra propia familia!
¿Tenemos lo que ellos necesitan? ¡SI!!!!!! ¡Claro que lo tenemos! Busquemos en
nuestro corazón, en nuestra conciencia, cuánta riqueza tenemos para empezar a
distribuirla entre esos pobres y muy necesitados hermanos nuestros. Estamos
llenos de amor, conscientes de que existe gente que está sola, que necesita que
la escuchen; gente enferma y abandonada en los hospitales, en los asilos, en
los Orfanatorios; en las cárceles, donde se hacinan la mayoría de gente muchas
veces inocente o inculpada o castigada por ignorancia o por necesidad; gente
deprimida por falta de fe, de fe para creer en un Dios que es todo amor pero que sufre porque le falta escuchar las
palabras de amor que Dios, a través de nosotros les envía.
Me
acuerdo de aquel cuento de un hombre al que se le había inundado su casa. Se
subió al tejado a esperar que lo salvaran. Su familia le pidió que salieran
porque ya no había remedio, pero él no quiso irse. Vino una lancha con hombres
para hacerlo, pero él no quiso subirse. Luego llegó un helicóptero pero se negó
también. Finalmente aquel hombre murió ahogado. Al llegar al cielo, lo primero
que hizo fue preguntarle a Dios por qué no lo había salvado. Y Dios le dijo: “Te
envié a tu familia, luego una lancha y finalmente un helicóptero pero tú nunca
quisiste”. Y él le contestó: “Es que esperaba que TU fueses a salvarme”. Muchas
veces Dios nos envía ayuda pero no sabemos o no queremos aceptarla. Necesitamos
saber
ver.
Veamos
si no somos nosotros los más necesitados y sufridos teniendo al alcance de
nuestra mano el remedio y dejemos atrás nuestra pobreza emocional y espiritual.
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