Una
de las situaciones más dolorosas en la vida, es ver partir a un hijo….hacia la
vida eterna, donde no hay llanto, ni dolor, donde termina el sufrimiento y
empieza el verdadero gozo de contemplar el rostro de Dios. Yo lo creo así
firmemente porque la fe me lo dice y es ella la que me sostiene en estos
momentos cruciales. Dicen que al perder a tu esposo te hace viuda, a tus
padres, huérfana, pero que no hay nombre cuando pierdes a un hijo. Es contra
natura. Quizá…no lo dudo. Pero ¿por qué no es lo más normal perder a alguien a
quien amamos? Realmente vivimos cada día con la muerte a nuestro lado. ¿Sabemos
si despertaremos mañana? No. De lo que SI estamos seguros, es que moriremos algún día.
No,
no es fácil hablar de la muerte de un hijo. Sobre todo cuando no te la esperas.
Cuando su muerte es repentina, queda como un vacío inexplicable; el corazón………
¡ay, el corazón! sientes que se agrieta en mil pedazos; no puedes creer que
ayer hablaste con el hijo o la hija y hoy, ya no está. Pero, cuando la fe es
fuerte, entonces Dios viene a tu encuentro, te toma en sus brazos y te
anestesia el corazón. Y no sabes cómo, por qué razón no puedes sentir tanto
dolor, cuando deberías estar agonizando emocional o espiritualmente. Sin duda,
la partida de mi hija me deja adolorida mi parte espiritual y emotiva y hasta
los huesos siento que me duelen; pero es necesario ponerme de pie y seguir
caminando. La vida en la tierra no es eterna. Un día terminará y ese día será
un encuentro feliz para ella y para mí. Sé que me esperará a la entrada del
cielo donde ella ahora vive, en el Jardín celestial que el Señor cultiva. Ella
es una de sus rosas favoritas. Lo sé. Así que no es un “adiós” sino un “hasta
luego hijita”.
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