Con ocasión de
ayudar a una de mis hijas, que estaba a término en su embarazo, me trasladé a
otra ciudad y tuve la oportunidad de recibir a una más de mis nietas, lo cual
agradezco a Dios profundamente, ya que todo hasta la fecha, marcha bien.
Ya saben las
abuelas que tenemos que hacer de todo cuando nos toca una situación de éstas.
Colaborar en el aseo completo de la casa, preparar la comida, atender a la
enfermita y a los bebés recién nacidos, aparte del yerno y otros nietos que
también necesitan nuestra ayuda.
Con el propósito de ayudarle a organizar su casa, empezamos a sacar cosas que ella no usaba desde
hacía años y así, sacamos un montón de cosas. Entonces recordé que también yo, en mi casa, tengo no una, sino decenas de cosas que no uso y que bien pudieran servirle a
otras personas.
En fin, me traje
varios pares de zapatos hermosos que ella ya no pensaba usar. ¡De veras que
debe ser difícil deshacerse de algo que nos gusta mucho! Pero ella ha cambiado
a partir de su segundo matrimonio: Primero, cambiar el ambiente familiar,
cambiar costumbres, cambiar conductas, cambiar patrones financieros, en fin,
cambiar, cambiar, cambiar. ¡Qué bueno que sea para bien!
Y yo la admiro,
porque es una mujer íntegra, que sufrió mucho y se levanta de entre las cenizas
de un antiguo hogar, que no funcionó. Así que, realmente, no son sólo los
zapatos de mi hija los que echó fuera, sino también muchos sueños
irrealizables, ficticios o dolorosos.
¡Saquemos los
zapatos viejos o nuevos de nuestro closet espiritual! Sobre todo, aquellos que
nos hacen daño y probemos los que nos hacen felices.
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