jueves, 19 de febrero de 2015

LOS ZAPATOS DE MI HIJA


Con ocasión de ayudar a una de mis hijas, que estaba a término en su embarazo, me trasladé a otra ciudad y tuve la oportunidad de recibir a una más de mis nietas, lo cual agradezco a Dios profundamente, ya que todo hasta la fecha, marcha bien.
Ya saben las abuelas que tenemos que hacer de todo cuando nos toca una situación de éstas. Colaborar en el aseo completo de la casa, preparar la comida, atender a la enfermita y a los bebés recién nacidos, aparte del yerno y otros nietos que también necesitan nuestra ayuda.
Con el propósito de ayudarle a organizar su casa, empezamos a sacar cosas que ella no usaba desde hacía años y así, sacamos un montón de cosas. Entonces recordé que también yo, en mi casa, tengo no una, sino decenas de cosas que no uso y que bien pudieran servirle a otras personas.
En fin, me traje varios pares de zapatos hermosos que ella ya no pensaba usar. ¡De veras que debe ser difícil deshacerse de algo que nos gusta mucho! Pero ella ha cambiado a partir de su segundo matrimonio: Primero, cambiar el ambiente familiar, cambiar costumbres, cambiar conductas, cambiar patrones financieros, en fin, cambiar, cambiar, cambiar. ¡Qué bueno que sea para bien!
Y yo la admiro, porque es una mujer íntegra, que sufrió mucho y se levanta de entre las cenizas de un antiguo hogar, que no funcionó. Así que, realmente, no son sólo los zapatos de mi hija los que echó fuera, sino también muchos sueños irrealizables, ficticios o dolorosos.

¡Saquemos los zapatos viejos o nuevos de nuestro closet espiritual! Sobre todo, aquellos que nos hacen daño y probemos los que nos hacen  felices.

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