La
Verdad se diferencia de la mentira por sus características. La primera es
fuerza, sosiego, luz, amor, claridad,
sabiduría, sencillez y pureza. La segunda es complicación, obscuridad,
debilidad cuando es descubierta, intranquilidad, dolor e ignorancia. De manera
tal, que cuando hablamos con “la verdad” nos sentimos relajados, seguros y
confiados. Malo es lo contrario.
Sin
duda, muchos de nosotros nos creemos poseedores de la verdad, pero es
suficiente con saber si los síntomas que están ante nuestros ojos son
confiables para saber que no estamos errando. Abrir nuestro corazón al “Espíritu
de la Verdad” no para hacernos dueños de la verdad, no para imponer nuestros
propios puntos de vista, discutiendo o derrotando a los otros, sino buscando la
Verdad con honradez y sinceridad. Vivamos en medio de nuestro ambiente con
autenticidad y coherentemente, (como dijo alguien) en medio de una sociedad
vacía de verdad pero llena de falsedades y manipulaciones, donde a la mentira
se le llama diplomacia; a la explotación, negocio; a la irresponsabilidad,
tolerancia; a la sensualidad, amor; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de
respeto, sinceridad. ¿No es todo esto un cambiar de palabras con astucia? ¿Por
qué razón no le decimos pan al pan, y vino al vino? Porque no nos conviene.
Y
todo esto porque necesitamos que la gente crea en nosotros a fuerza de
apariencias aunque reine la violencia y la injusticia. Necesitamos ser más
congruentes con nuestras actitudes. Ser, no aparentar. Recordemos que el
respeto total a la verdad nos aproxima a los demás, fortalece la justicia y nos
da la paz. Si nosotros no portamos la verdad…¿quién?
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