Una vez más, reflexiono mis
experiencias y todos los errores que cometí durante mi vida, cuando pensaba que
tener era lo mismo que ser. Pensaba yo que entre
más dinero y posesiones tuviera, sería yo entonces más apreciada, más valorada
y, entonces lograría la felicidad completa.
Creo que Dios en su sabiduría
y misericordia perfecta e infinita, me ha dejado “ser yo misma” y, muchas
veces, como persona necia que soy, me he topado con muros difíciles de escalar
o de atravesar. La vida no ha sido como yo creía: entre mas tenga, más “seré”,
o sea, más poderosa. Y realmente no lo deseaba para arruinar la vida de los
demás. Al contrario, era para mostrarle al mundo cuánto bien se puede hacer
desde “arriba”.
El hecho de sentirme limitada
en mis capacidades, en mis deseos utópicos de ser una gran mujer (por el sólo
hecho de sentirme realizada), me ha permitido ver otras realidades: la de saber
que hay otras personas que no piensan ni sienten como yo; que no todos harán lo
que a mí me guste; que debo aceptar que las relaciones humanas son básicas si
quiero madurar o si quiero ser feliz. Ahora entiendo que, admitir mis
limitaciones es tener humildad para saberme imperfecta o incorrecta y que mis
compañeros (todos) son como yo, imperfectos y temporales.
Yo creo lo que quiero ser. Acepto
lo que es la realidad tangible, me guste o no, porque eso es lo que tengo. Pero
no por ser más pobre o menos inteligente que los demás, soy menos que los
demás. Soy igual que los demás. Soy un ser perfecto porque puedo pensar y
decidir, puedo elegir. Y eso, no tiene precio. Así que, gracias Dios por la
existencia y todas las cosas gratis que me has dado, empezando por mi
inteligencia y mi libre voluntad. Ahora me convenzo de lo feliz que he sido
siempre, con sus altibajos pero siempre acompañada de esa presencia divina que
es nuestro propio espíritu. Hoy, tengo mucho y soy mucho.