Aprovechando
que estamos en Cuaresma y que todos mis amigos me conocen y los que no, pues
sepan que soy católica y que respeto todas las ideologías, al igual que espero
que respeten la mía. Pero he querido mencionar estos pensamientos y reflexiones
que me han llegado, no sé por qué, pero quiero comentárselos:
Las
mamás siempre estamos al pendiente de nuestros hijos, bueno, las más; nos
preocupan si comen, si se caen, se alguien les hace daño, si les hacen “bulling”
en la escuela, si se enferman, , etc,. Cuando crecen, nos interesa saber quiénes
son sus amigos, que clase de mujer es aquella noviecilla y, así, nos importa
mucho la vida de cada hijo. Y pienso en la mamá por excelencia: MARIA,
la madre de Jesús, nuestro salvador. Pienso desde el inicio de su maternidad,
el qué diría José, el ambiente poco cómodo en su momento del parto, amén del
clima de ese tiempo y esa región; las circunstancias nada agradables de tener
que trasladarse a Egipto en medio de la noche advertidos por el Ángel que Herodes
quería matar al pequeño. Luego, todos los haberes propios de las mamás con
respecto a la familia, Finalmente, me pongo en sus zapatos cuando siento el
dolor de alejarme del hijo, de ver cómo lo desprecian, lo acusan de loco, y lo
persiguen para darle muerte. Creo fielmente que el Espíritu que vivía en Jesús,
moraba también en María y por ello, ella sintió todas las penas y dolores de su
Hijo. Todos los golpes morales, emocionales y físicos que le inflingieron, desde
la flagelación donde casi nada sano quedó del hombre torturado, hasta el
Calvario. Imagino su dolor de madre al verlo con la corona de espinas
clavándose en su cabeza y debe haberle punzado la suya. Finalmente la
crucifixión. Una mártir se queda corta ante este espectáculo: Ver morir a su
hijo…¿Saben que es eso?...que lo maten frente a su propia madre, poco a poco.
¡Qué mujer!!!!! ¡¡¡Qué dolor!!!!!
Y
sin embargo, ella se mantuvo allí, firme como una roca, sirviéndole de apoyo a
su hijo divino. Era necesario aunar su dolor de madre mártir para ser co-redentora
del género humano, porque era la única persona libre de pecado que podía ofrecer
su vida al Padre junto a su hijo divino para la salvación del mundo. Meditemos
hermanos en el dolor de esa pobre madre que moría moralmente junto a su hijo y
se enfrentaba a la ardua tarea de iniciar la iglesia cristiana.
Pensemos
como madres que somos, en la agonía mortal de la Virgen María y acompañémosla
en su dolor, pidiéndole que interceda por nosotros pecadores.