A través de todos los años, nos damos cuenta de cuán
poco nos conocemos y cuánta vanidad, soberbia y avaricia tenemos en nuestro
corazón. No queremos reconocerlo, pero es verdad. Poner el dedo en la llaga
duele ¿no es verdad?, pero la única manera de sanar es reconocer nuestra
enfermedad para darle el medicamento correspondiente.
Realmente somos prestos a señalar
cualquier mínimo error que los demás cometan; cuán molestos nos sentimos si
alguien de nuestros “amigos” se saca la lotería o cualquier otro tipo de
premio; cuánta envidia disfrazada de humildad expresamos cuando vemos a otro
igual que nosotros dirigir una empresa, cuando nos comenta que sus hijos viven
en Italia o en otro país de Europa, cuando él o ella ama todavía a su pareja,
en fin, cuando son ellos y no nosotros los que son felices. Si realmente nos
conociéramos, sabríamos el valor tan grande que tenemos como personas. El
simple, aunque no tan simple hecho de ser elegidos entre los no sé cuántos
millones de espermatozoides. ¡Nosotros! ¡Una insignificancia de molécula! ¡Y no lo
reconocemos! Somos únicos e irrepetibles, aunque digan muchos que tenemos
parecidos en otros lugares del país, o aunque crean algunos que somos la re
encarnación de algún pariente, algo que yo no creo en lo absoluto. Somos la
esencia del universo y somos perfectos, aunque luego nos descompongamos, intencionalmente
o no. ¿Por qué razón no podemos seguir el curso perfecto de la naturaleza?
Porque nuestro espíritu se enferma casi de inmediato al contacto con los demás
seres humanos. Por un lado la
familia, por otro, el ambiente que nos rodea .
No . Debemos estar agradecidos por tener vida. Fuimos
los que ganamos la lotería. Me acordaba de la madre Teresa de Calcuta cuando le
preguntaron que qué pensaba de traer niños a este mundo tan malo. Ella calló
unos minutos, cerró sus ojos y luego contestó: “Le hice a Dios esa misma
pregunta y El me respondió: Yo envío al mundo hombres buenos para que lo salven
pero ustedes no los dejan nacer” Por cierto, era invitada a un Congreso a favor
del aborto. Aboguemos a favor de la vida y seamos sinceros en el trayecto de la
nuestra.